Aunque parezca increíble, dada la región en la que estamos, todavía la PINACOTECA COSSÍO no había dedicado una exposición al mundo del vino. Bien, pues aquí la tenemos: una selección de pinturas de Caravaggio, Murillo, Renoir, Velázquez, Goya, Vermeer, Menéndez y dos anónimos, uno medieval y el otro un mosaico romano.
El vino y su ambiente han cautivado siempre a los artistas, que gracias a su sensibilidad, lo han incorporado a diferentes obras.
El vino se conoce desde hace siglos, ha sido y es un líquido apreciadísimo y ya los romanos lo producían en grandes cantidades. En todo el ámbito mediterráneo ha sido una bebida valorada y cantada por su sabor, su poder de relación social y por su sofisticada elaboración.
El famoso dios del vino, llamado Dionisos en Grecia y Baco en el imperio romano, ha adoptado históricamente diferentes aspectos. En esta ocasión Caravaggio lo pinta como un joven, casi adolescente, acompañado de los típicos atributos que en La Rioja conocemos tan bien: hojas de parra, racimos de uva, recipientes con vino…y sobre todo: los tonos sonrosados de sus mejillas.
Puedes contemplar lo primoroso de los brillos de las frutas, del vidrio y del vino. Observa además el fondo neutro que realza y concentra nuestra atención en el primer plano y la luz intensísima tan peculiar de Caravaggio.
Tal vez sea éste el cuadro más conocido de tema infantil del famoso pintor sevillano. Dos mozalbetes están sentados comiendo fruta. Son sin duda niños abandonados de los muchos que pululaban por la Sevilla de la época, azotada por la crisis económica. Las calles estaban atestadas de chiquillos pobres y abandonados por sus familias que se ganaban la vida mendigando o robando. Observa cómo los dos pilluelos están devorando el melón y las uvas con verdadera ansia, van vestidos con harapos y están tirados en la calle. Muestran un gesto de pillines y golfillos en sus miradas chisporroteantes y puedes ver sus uñas negras, pies sucios y aspecto desaliñado. Como curiosidad, hay varias moscas en el melón y el niño del moflete hinchado acaba de escupir una pipa que vuela por el aire.
Murillo utiliza un fuerte contraste luces-sombras y un predominio de tonos ocres. Es un cuadro naturalista porque muestra la realidad tal como es, con sus imperfecciones y fealdades. Murillo hace gala de una extraordinaria sensibilidad al pintar a los chiquillos con una gran dignidad y con un cariño exquisito que nos hace cómplices de sus andanzas y nos mueve a una sonrisa comprensiva.
Al borde del río, en una terraza verdaderamente atrayente, comen los remeros y las chicas. Ellos visten su uniforme (camiseta blanca, pantalón negro y sombrerito) y ellas lucen su elegancia con un vestuario muy cuidado.
Todo resulta desenfadado y alegre, las copas, los platos y las mesas completan la escena en la que el pintor deja patente la importancia de las pequeñas cosas y de los momentos aparentemente poco importantes en nuestra vida.
Es un prodigio la representación de las naturalezas muertas (botellas, vasos, frutas, tazas, bebidas), así como las texturas de los vestidos, las flores que los adornan y las frutas de la mesa. Como es lógico en toda comida que se precie, no faltan unas cuantas botellitas de vino francés.
Los cuadros de Velázquez han sido históricamente tan populares que tienen un título oficial y otro popular, este es el caso del cuadro que nos ocupa.
Aquí se representa a Baco, dios del vino, en una grotesca ceremonia iniciática, similar a un bautismo, en la cual se va a derramar vino sobre un personaje vestido con correajes que, arrodillado, espera recibir este peculiar rito. Los asistentes a la ceremonia, con claros síntomas de embriaguez (ojos vidriosos, expresión estúpida, colores sonrosados en el rostro ) contemplan con sus risotadas la escenificación de tan absurda iniciación a la "cofradía del vino".
Pese a desarrollarse al aire libre, la iluminación resulta completamente artificial, resalta mucho al dios Baco y deja en acusada penumbra a otros personajes. El colorido expresa también agudos contrastes.
Baco, muy pálido e iluminado coloca una corona de laurel en la cabeza del iniciado pero parece estar distante y distraído. Él mismo porta una corona semejante sobre su cabeza, así como mantos rojo y blanco. Los acompañantes del lado derecho son seis compadres embrutecidos que destacan por su aspecto pueblerino y tosco, son feos, mal vestidos, tienen los dientes negros, caras enrojecidas y gestos de intoxicación etílica. Es necesario resaltar los objetos inanimados como portento de representación, es el caso de la barrica sobre la que se sienta Baco, la jarra, el vaso de vino, el bol de porcelana, el porrón...
Segunda alegoría de las cuatro originales de la serie y que nos recuerda mucho los campos riojanos en octubre durante las labores de recolección de la uva.
Sobre un pretil elevado están sentados dos personajes, el varón sobre una rica capa rosa y azul y la chica sobre echarpe de gasa. Él entrega cortésmente un racimo a ella mientras su brazo izquierdo descansa sobre un canasto con racimos. La dama acepta gustosa las uvas pero el caprichoso chiquillo también las quiere. Por detrás se acerca una vendimiadora portando sobre su cabeza un bellísimo cesto con racimos recién cogidos. Todo el conjunto de los personajes es una composición piramidal.
El fondo, más bajo que el pretil, es una gran viña donde los jornaleros trabajan en la vendimia, dos en un plano cercano y un grupo más lejos. Un camino aparece por el lado izquierdo. Tras el valle se yerguen unas altas montañas y un cielo con nubes y claros.
En este cuadro la naturaleza inspira tranquilidad y sosiego, todo es bello, agradable y calmado. El vestuario, una vez más resulta espectacular, pañuelos, hebillas, fajas, medias, cuellos y puños, flecos, etc.
Interior bañado por la tradicional luz dorada de Vermeer y que nos presenta a un oficial del ejército holandés en animada charla con la dama. El baño de luz hace contrastar fuertemente lo iluminado y las sombras, recreando una intimidad deliciosa donde los personajes son accesorios, lo importante, como siempre en Vermeer es el espacio y la luz. La sonrosada chica sostiene una copa de vino y ríe alguna ocurrencia del caballero, sentados ambos en un modelo de silla que aparece en todos sus cuadros y un mapa vuelve a decorar la pared del fondo.
La representación del caballero de espaldas y en sombras más la cara de ingenuidad y simpleza de la chica, así como sus sonrojadas mejillas sugieren una escena de galanteo en la que el hombre desea conseguir el cariño de la muchacha y para sus fines utiliza el vino, que puede minimizar la lógica resistencia femenina.
Curioso género este de los bodegones, también llamados a veces "naturalezas muertas". En estos cuadros no sucede nada especial, no aparecen escenas mitológicas, religiosas, bélicas, o costumbristas, la verdad es que no hay escenas de ningún tipo. Tampoco nos es posible descubrir aquí paisajes o personajes retratados.
El bodegón nos suele mostrar un interior, bien de una habitación o bien de una cocina y sobre el alféizar de una ventana o sobre una mesa se disponen una serie de elementos naturales inertes como por ejemplo frutas, verduras, carnes y pescados.
También pueden aparecer utensilios de cocina como platos, jarras, cubiertos, cuencos, vasos, etc.
Durante mucho tiempo, el bodegón fue considerado un género menor, secundario frente a los grandes géneros pictóricos. Los artistas preferían dedicarse a los retratos y a las escenas religiosas, normalmente mejor pagadas y consideradas por la sociedad.
No obstante, grandes pintores realizan bodegones (Zurbarán, Goya, Dalí) e incluso algunos llegan a especializarse en ellos (Luis Meléndez, Sanchez Cotán). Otros incorporan a sus lienzos trozos que son auténticos bodegones, es el caso de Velázquez.
Los alimentos y los objetos representados suelen resaltar sobre un fondo neutro (negro, pardo o gris) que no nos distrae de su contemplación. El tratamiento del tema es minucioso y veraz, el realismo es máximo. La observación tranquila de estos bodegones que exponemos seguro que te gusta. Observa el polvillo natural de las uvas, la piel de las manzanas, de las cerezas, la pelusa de los melocotones, el color de las fresas y de los espárragos, las superficies cerámicas, etc.
El perfecto dibujo, el cuidado claroscuro y el rico colorido completan la sensación de realismo y cercanía de todo lo expuesto.
Fíjate que algunas frutas son más pequeñas que las actuales y que presentan irregularidades, eso es debido a que se trata de productos agrícolas absolutamente ecológicos y naturales. En aquellos tiempos (siglo XVII) no existían los plaguicidas, insecticidas y otros productos químicos que logran frutas grandes y perfectas pero ponen en peligro el ecosistema y nuestra salud.
¿ No te apetece dar un mordisquito a una uva? ¿Y un refrescante melocotón ?
En el intradós de un arco podemos observar este curioso calendario agrícola. Cada mes está caracterizado por una labor agrícola determinada y resulta un ejercicio gracioso contemplar las 12 escenas. Fíjate por ejemplo en la vendimia de septiembre, el engorde de los cerdos en octubre, la matanza de noviembre y calentándose en el fuego durante el frío diciembre. La sencillez e ingenuidad de la pintura románica quedan patentes en este ejemplo leonés.
Esta bella escena procedente de la antigua Emérita Augusta (Mérida) muestra una escena que vemos en nuestras fiestas locales: el pisado de la uva, solo que estos tres caballeros lo hacían hace 2000 años. La composición de un mosaico se hacía con pequeñas piezas de mármol de colores llamadas teselas. Su pequeño tamaño y el cuidado detallismo producen composiciones maravillosas que, además, son inalterables.
En esta escena los tres hombres, vestidos sólo con un paño, pisan la uva agarrados de las manos y rodeados de un escenario de parras, uvas y racimos. La curiosidad es que al pisador del centro el paño no le cubre todo...