RENOIR.

Pierre Auguste Renoir (1841-1919) es un pintor impresionista al igual que Monet, Sisley, Degas o Pissarro. Sin embargo, mostró una gran originalidad creativa a lo largo de su vida y, su pintura, aunque indiscutiblemente impresionista, presenta ciertas peculiaridades. Por ejemplo, muestra más interés por el cuerpo humano (especialmente el femenino) que por los paisajes. Además le gustan las escenas de interior, a diferencia de los demás impresionistas, que optan siempre por los exteriores y la pintura al aire libre.

En Renoir no hay narración, ni grandes temas, ni mensajes que adivinar. Todo en sus obras es claro, sencillo y directo.

Los personajes están tratados con gran delicadeza y cariño. Siempre aparecen en actitudes relajadas, sonrientes y felices. Bailan, toman una copa, charlan, tocan el piano, etc.

Es por todo esto por lo que Renoir ha recibido el calificativo de "pintor de la alegría". Es muy agradable y atractivo contemplar sus escenas del París de finales del XIX, esos momentos de placer, las pequeñas cosas de la vida, los deliciosos gestos de las niñas y mujeres que pinta; todo resulta simple y cercano. Su éxito se produjo en muchos países, pero sobre todo en Estados Unidos, nación en donde sus habitantes muestran preferencia por lo simple y no alcanzan a descifrar segundas lecturas o significados con matices.

Renoir es un pintor de gran colorido, capta lo instantáneo y huye de lo serio y trascendente. Gleyre, pintor contemporáneo suyo, le reprochó que pintaba sólo por divertirse, a lo que Renoir respondió que naturalmente, y que si el pintar no le hubiera divertido, nunca lo hubiese hecho.

El DESAYUNO DE LOS REMEROS.

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Al borde del río, en una terraza verdaderamente atrayente, desayunan los remeros y las chicas. Ellos visten su uniforme (camiseta blanca, pantalón negro y sombrerito) y ellas lucen su elegancia con un vestuario muy cuidado.

Todo resulta desenfadado y alegre, las copas, los platos y las mesas completan la escena en la que el pintor deja patente la importancia de las pequeñas cosas y de los momentos aparentemente poco importantes en nuestra vida.

Es un prodigio la representación de las naturalezas muertas (botellas, vasos, frutas, tazas, bebidas), así como las texturas de los vestidos, las flores que los adornan y las frutas de la mesa. La señorita que sostiene el perro es Aline, futura esposa de Renoir. Puedes ver una chica muy estilosa apoyada en la barandilla, parejas en conversación, el toldo al viento, intentos de ligue y el río con algún que otro balandro.

DOS HERMANAS.

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Luz y color triunfan en esta preciosa escena de dos hermanas, una mayor y la otra todavía una niña, que aparecen ante nosotros ricamente ataviadas y con una actitud diferente. La mayor, pasada la adolescencia, presenta un rostro de rasgos ya formados, su mirada está perdida en la lejanía ¿tal vez contempla a un apuesto joven? Y no presta atención a su graciosa hermana pequeña, que juguetea con el cesto lleno de ovillos y mira en sentido opuesto al de su hermana, posiblemente a su madre que le estará diciendo: ¡ cuidado con el canastillo!, ¡ deja eso!, ¡ vas a cobrar! O algo por el estilo.

Las dos chiquillas llevan vestidos de colores, tocados de flores y bandas de adorno. A todo esto se suma la hamaca de colores, los hilos del cestillo y las flores de la vegetación que sirve de fondo. Si te fijas puedes descubrir el río al fondo, cuyas aguas son surcadas por unas canoas con remeros. Es la plasmación de lo fugaz, del momento pasajero que tanto les gustaba a los impresionistas. Por último, te invitamos a reparar en la dulce expresión del rostro de la niñita, tan sonrosada y tan encantadora.

BAILE EN LA CIUDAD.

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Estamos ante un cuadro lleno de glamour. Una escena de baile en la que un caballero y una dama danzan elegantemente en uno de los salones parisinos que tanto reflejan los impresionistas. A la intrínseca belleza de la escena, se unen la luz, el color y la primorosidad de los trajes, especialmente el de la dama, blanco satinado que refulge a la luz, al igual que sus guantes. El contraste con el negro del traje masculino resulta muy efectista y el marco vegetal del fondo de la habitación no hace sino acentuar la elegancia de toda la composición.

El vuelo del traje y la posición del pie indican la captación de la imagen en un momento de movimiento, no hay estatismo o inmovilidad, sino vueltas, giros y pasos de baile. Como siempre en el impresionismo, podemos observar la ausencia de contornos y la pincelada suelta.

EL MOULIN DE LA GALETTE.

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Famoso cabaret parisino frecuentado por artistas y modistillas, en cuya terraza arbolada transcurre esta escena multitudinaria. Todo es alegría y diversión, mostrando lo que Renoir entendía que debía de ser la vida y cómo merecía la pena vivirla. Los asistentes bailan, beben ríen, charlan y disfrutan del ambiente.

Como buen impresionista, Renoir pinta "el aire" hasta el punto que apreciamos el juego de luces-sombras que producen las hojas de los árboles sobre las personas, las mesas y el suelo. La pincelada suelta subraya la inmediatez y la luz radiante del sol estival hace resplandecer la atmósfera, haciendo todavía más atrayente la escena.

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